Richard Brautigan: Un detective en Babilonia



Richard Brautigan: Un detective en Babilonia. Barcelona: Blackie Books, 2015. 198 páginas. Traducción del inglés (USA) de Kosián Masoliver. Título original: Dreaming of Babylon, 1977.


El investigador privado C. Card cuenta en primera persona como transcurre el día del 2 de enero de 1942. Está en San Francisco. No tiene, literalmente, ni un centavo. No tiene, literalmente, ni un mendrugo que echarse a la boca. No tiene, literalmente, ni una bala para su pistola. Ni despacho, ni secretaria, ni coche, ni contactos a los que recurrir. Pero el investigador privado C. Card confía en que el día acabe mejor de la que ha comenzado. Tiene dos cartas en la manga. Por un lado, ha conseguido un cliente: una rubia despampanante, un verdadero milagro biológico en el trasiego de cerveza, que parece dispuesta a pagarle con generosidad si es capaz de conseguir munición para su cargador y de pasar por alto ciertas cuestiones éticas. Eso no es un problema para el investigador privado C. Card; lo de las cuestiones éticas digo, lo de las balas es otra cuestión, porque sus conocidos huyen de él como de la peste temiendo que les pegue otro sablazo. Incluso su madre está más que harta de prestarle dinero y de sus inútiles ínfulas de detective. Pero el investigador privado C. Card es un tío optimista y estas dificultades no le amilanan.
Como ya he dicho tiene dos cartas guardadas, y la segunda es un comodín que siempre triunfa. Desde su más tierna juventud, cuando soñaba con ser jugador profesional de beisbol y una pelota envenenada se estampó contra su cabeza, C. Card puede aislarse de este mundo viajando a la antigua Mesopotamia. Allí es el puto amo. Tanto puede ser el bateador más famoso de la selección del Eufrates y batir récords imposibles, como ser el favorito de los festines de Nabucodonosor, como un detective de fama imperecedera que encandila a mujeres y destroza a villanos, luchando contra el malvado genio Ming que ha creado a los robots-sombra y pretende hacerse con un cargamento de cristales de mercurio para adueñarse del mundo.
El único problema de sus viajes a Babilonia es que, cuantos más éxitos consigue allí, más abajo cae aquí. La virtualidad mesopotámica le exige tanto tiempo y energía que hace peligrar sus proyectos en el San Francisco de 1942. Mucho va a tener que espabilar para cumplir con el trabajito de la rubia tragacervezas y para ganar la mano a la peligrosa competencia que quiere hacerse con una parte del botín. Pero los recursos del investigador privado C. Card son infinitos: aunque parezca imposible siempre puede encontrar la manera de hundirse un poco más.
Richard Brautigan parió uno  de sus personajes más entrañables en esta suerte de cuento policíaco. C. Card es un trasunto de Ignatius Reilly de la Conjura de los necios y del Franz Biberkopf de Berlin Alexanderplatz. Del primero tiene la ingenuidad y la indestructible testarudez para imponer su voluntad, del alemán la miseria y las tendencias pícaras para sobrevivir por mal que vayan las cosas. C. Card aporta, además, el toque lisérgico de sus viajes oníricos a Babilonia. El esplendor y el éxito en el delirante mundo de la imaginación contrasta con la sordidez (no menos delirante, todo hay que decirlo) del mundo real. Esta novela es un divertimento, ágil, estructurada en capítulos mínimos, pequeños destellos del punto de vista de C. Card. Un personaje que es capaz de reinterpretar la realidad que le rodea y de crear un complejo mundo fabuloso, pero ahí está, intentando triunfar siguiendo, más o menos las reglas de su entorno. De hecho, resulta mucho más próximo el C. Card vapuleado por la pobreza y la mala suerte, que los superhombres babilónicos en los que se reencarna.
Es imposible no ver en C. Card y sus idas de olla un reflejo del propio Brautigan, que en la época en que publicó esta divertida novelita ya había conocido el éxito clamoroso y el olvido.


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Richard Brautigan, Tacoma (USA) 1935 – 1984. Es un autor inclasificable de múltiples registros al que muchas veces se le ha incluido en la nómina de los escritores de la contracultura norteamericana de los años sesenta.
En 1967 publicó el que sería su libro más famoso: La pesca de la trucha en América, Barcelona: Blackie Books. A partir de ahí todo fue para abajo hasta que en los años ochenta apenas nadie se acordaba de él.
Un día de octubre 1984 se encontró su cadáver descomponiéndose, unas semanas antes se había pegado un tiro.
Un detective en Babilonia, publicada en 1977,  es la novela de Brautigan que podríamos clasificar como relato policíaco.
 

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