Antonio Manzini: La costilla de Adán



Antonio Manzini: La costilla de Adán. Barcelona: Salamandra, 2015. 252 páginas. Traducción del italiano de Regina López Muñoz y Julia Osuna Aguilar. La costella d'Adam. Barecelona: Salamandra, 2015. 254 páginas. Traducció per Anna Casassas. Título original: La costola di Adamo. Palermo: Sellerio Editore, 2014.

El subjefe de la brigada móvil Rocco Schiavone se arrastra por su destierro en Aosta. Trasladado a las montañas del norte desde su amada Roma por tomarse la justicia por su mano, el subjefe Schiavone aguanta el gélido clima y el ambiente provinciano sumergiéndose –a su manera- en el trabajo y en la contemplación de jóvenes bellas de la pequeña ciudad.
A Rocco Schiavone le asignan un caso. La empleada doméstica Irina, ha encontrado a una de sus empleadoras colgando ahorcada de un alambre en el salón de su casa. Ester Baudo es la víctima de un burdo simulacro de suicidio: hay demasiados detalles obvios que apuntan al homicidio. El subjefe Schiavone se tomará el caso como una cruzada personal: la víctima parece haber sufrido malos tratos continuados, así que hay que investigar los manejos del marido de Ester, Patrizio Baudo: un tipo mediocre que no parece capaz de hacer daño a una mosca.
Pero es que, además, alguien parece haber aprovechado el crimen para llevarse alguna pieza valiosa de casa de los Baudo. El subjefe Schiavone cree que si encuentra lo robado podrá tirar del hilo hasta llegar al asesino. Prepara la celada. Sus métodos no son del todo reglamentarios, pero Rocco Schiavone no necesita que nadie le recuerde como hay que resolver un caso. De hecho, sus expeditivas maneras van a volver a ser requeridas en Roma para resolver otro entuerto macabro. Parece que la forma en que resolvió el crimen de un violador de niñas hace años no fue definitiva. El violador ha vuelto a actuar y una cuadrilla de viejos camaradas cuenta con él para zanjar de una vez por todas el asunto. De una manera confidencial y categórica.
El subjefe Schiavone está encantado de erigirse en juez y ejecutor. Él decidirá quién es el criminal y cuál es la pena que debe pagar. En ambos crímenes.

Manzini construye su relato con un puñado de personajes sin aristas. Responden a sus papeles en la obra para que todo fluya hacia un final con pequeña sorpresa. Son marionetas guiadas sin capacidad de salirse de su cometido, sin personalidad propia. Interesa que sirvan para plantear la moraleja: un cuento-denuncia de la violencia de género (con escasos sobresaltos y poca chicha).
Manzini hace que su narrador se centre en exclusiva en la figura del subjefe Manzini, un personaje al que intenta dotar de un alto sentido de la responsabilidad social, pero al que hace aplicar de manera arbitraria el poder que le ha sido concedido como policía. No se aviene con las garantías del estado de derecho cuando le entorpecen la investigación y decide a quién se le aplica justicia y a quién venganza. De hecho, Manzini ha creado un personaje casposillo que se tiene por defensor de desvalidas mujeres pero cuya conducta hacia sus compañeras (y el resto de las mujeres que aparecen en la novela) y comentarios machistas son el caldo de cultivo de actitudes de menosprecio y abusivas hacia quien cree defender. Combate aquello que ayuda a mantener. Para ejemplo, una reflexión del subjefe cuando las temperaturas comienzan a ascender en Aosta al principio de la primavera y rememora la estación en Roma:

“Hay que abrigarse, pero es bonito pasear por Roma en marzo … Miras a tu alrededor y te das cuenta de que las mujeres ya la han advertido. La primavera. Lo saben mucho antes que tú. Un buen día te despiertas, sales de casa y las ves. Por todas partes. Acabas con tortícolis de tanto mirarlas. No se entiende donde se habían metido todo ese tiempo… En primavera ya no hay flacas ni gordas, no hay callos ni bellezas. En primavera en Roma sólo tienes que pararte y observar el espectáculo…Y darle gracias a Dios por ser hombre. ¿Sabes por qué? Porque tú no alcanzarás ese grado de belleza en tu vida, y cuando te hagas viejo no tendrás mucho que perder. Pero ellas sí. Todos esos colores se apagarán un día, se evaporarán, como el cielo de esta puta ciudad, que casi nunca se ve. La vejez es algo espantoso. La vejez es la venganza de los feos…Y mientras las contemplas desde tu banco, piensas que algún día también esas criaturas dejarán de reconocerse cuando se miren al espejo… Las mujeres no deberían envejecer nunca.” (103)

Lástima que Manzini no haya querido crear un personaje paradójico para exponer la ruindad sexista y homófoba del aparato policial. Pero, incluso de manera involuntaria, el testimonio escrito deja el rastro de la miseria de la época en la que se plasmó.
 
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Antonio Manzini, Roma, 1964. Actor y director de cine. Ha escrito varias novelas, entre ellas la serie del policía del valle de Aosta, Rocco Schiavone. Salamandra ha publicado la primera en castellano: Pista Negra. Barcelona: Salamandra, 2014.
 

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